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Normalmente
no se asocia la actual Plaza de Europa con Los Sitios, pero su entorno fue
escenario de importantes combates, especialmente durante la primera mitad
del Primer Sitio. Allí se encontraba la Puerta de Sancho, por la que
habitualmente salían los labradores a cultivar sus campos junto al río. Y
por ella pretendieron entrar varias veces los franceses; hubo asaltos en
fuerza y por sorpresa, diurnos y nocturnos. Tal persistencia hizo que
Palafox encomendara su mando a Mariano Renovales, uno de sus más aguerridos
oficiales, quien aparece en el conocido grabado de Gálvez y Brambila dando
disposiciones para la defensa.
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Grabado de Gálvez y Brambila dedicado a la batería de
Puerta Sancho; al fondo, entre el humo, se adivina la Aljafería. El gran
edificio del centro era un molino de harina, que se empleó como punto fuerte
para la construcción de la batería.
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En el Segundo Sitio,
esta zona estuvo bastante en calma, sin más combates destacables que la
salida de fuerzas españolas del 31 de diciembre, que hizo que estas calles
se vieran agitadas por el avance de los batallones y la Caballería en
dirección a las trincheras francesas de la Bernardona.
Entre ella, el Portillo y la Aljafería se sitúa el
triángulo penoso de la rendición definitiva de los defensores. "A cien
pasos de la Puerta (del Portillo) dejará la Guarnición de Zaragoza sus armas
en el mediodía del día 21 de Febrero". Saliendo en columna, fueron
amontonando sus heroicos fusiles en la explanada, ante tropa francesa
formada en honores.
En el centro de una gran extensión de huertos se alzaba el convento de
Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, más conocido como “el de las Fecetas”.
Tomó tal nombre de su fundador, el notario Diego Fecet, quien inició su
construcción en 1623 para acoger a hijas de autoridades zaragozanas. Las
obras terminaron hacia 1640 y se trata de una de las más desconocidas joyas
del arte zaragozano. Actualmente sólo se conserva la iglesia y medio
claustro, en parte integrados en un edificio de viviendas. La iglesia
depende de la parroquia del Portillo y en ella se celebra la misa según el
rito bizantino.
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Foto de las Fecetas, tomada por Mariano Júdez
hacia 1859.
Muestra una apariencia muy similar a la de 1808
(cortesía de Mariano
Martín). |
José Blasco Ijazo nos da cuenta de la historia de la
puerta (artículo “Cuando la ciudad se cerraba de noche”,
recogido en ¡Aquí... Zaragoza!, tomo 2 (1950), pp. 26-28):
Se hallaba al N.O. de la ciudad la
puerta del rey Don Sancho. De Sancho a secas le llamó la gente. Su
soberanía responde al siglo XIII. Veamos sus aledaños desde la
Plaza de Santo Domingo. De ésta partía, y parte, la calle de Santa
Lucía que en la puerta terminaba. Alcanzó otras rotulaciones:
calle de la puerta de Sancho, Santa Isabel y 29 de Septiembre. Fue
recuperada su primitiva denominación en 1940. Le había dado nombre
la iglesia de esta santa mártir emplazada en el antiguo hospital
de los santos Julián y Lucio, a donde se trasladaron las monjas
Bernardas procedentes del monasterio de Cambrón (Sádaba). La
primera residencia de estas religiosas se conoció en Iguazar (Canfranc)
y tuvieron que abandonarla ante el rigor del clima. En el convento
zaragozano, con fachada a la plaza de Santo Domingo, cuya
fundación data de 1588, se conoció en tiempos el Almudí público
del Ayuntamiento hasta instalarlo en la parte del Coso lindante
con la desaparecida calle de los Graneros. Más cerca de la puerta
de Sancho se instituyó en 1623 por la devoción de D. Diego Fecet,
notario de número y caja de Zaragoza, y en una finca suya el
convento de Carmelitas Descalzas, Fecetas, según el vulgo.
Contiguas radicaban otras dos huertas, la de los Cerdán de
Escatrón y la de los Zaporta. Ese lado de la calle sigue igual
aunque sufrió mucho, durante la época de los Sitios. [...]
La puerta de Sancho, de un solo arco, sencilla y
sin valor artístico, fue sellada con el recuerdo histórico por la
gloriosa defensa en el primer Sitio, llevada, a cabo con el mayor
heroísmo por el coronel don Mariano Renovales Rebollar.
Desde esta puerta, que desapareció casi en
su totalidad a poco de la revolución de septiembre de 1868,
cambiaba la decoración de un modo notable. Asomándose a ella y
mirando hacia el camino de Alagón que conduce a pueblos de la
derecha del Ebro, se contemplaba la hermosura de los fértiles
campos. Era puerta por la que entraban y salían muchos labradores.
Cerca, el Soto de Almozara, una floresta que reflejaba la luz del
sol con ráfagas resplandecientes; el río Ebro brillaba a corta
distancia. En el mes de septiembre de 1861 empezaron a trepidar
las trenes al pasar por recientes carriles en dirección a Navarra.
Aquel cuadro viviente y vigoroso mantenía su belleza natural a
través de todas las épocas del año. Era alegre en primavera, en
que el olor de la savia se difundía como un efluvio de fecundidad
maravillosa. Era melancólico en días otoñales, teñidos de aquel
rojo suave de la hoja muriente. Era severo y triste en el
invierno, en que los soplos helados del Moncayo sacudían las ramas
esqueléticas de aquellas alamedas, y en verano, el calor hacía
hervir la arena, inmovilizando perezosamente el paso de aquellos
que no tuvieran verdadera necesidad de caminar.
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En la
serie de artículos que Andrés Millán Luna dedicó a las
calles zaragozanas en la ya desaparecida revista “Viajar
por Aragón” aparece en varias ocasiones la descripción de
esta zona. Así en el número 26 (mayo de 2003)
complementaba la información de Blasco Ijazo con el siguiente texto:
[...] «En el siglo XIII estaba también perfilado el segundo
recinto exterior del caserío, el muro de tierra, con alguna de sus
puertas, como las de Sancho, ...»; Ángel Canellas López escribe en
«Historia de Zaragoza», además, de un documento fechado en 1295
que trata de un soto de Sancha de Navascués relacionado con la
puerta. En el plano que hace de la ciudad María Isabel Falcón
Pérez, según la supone en 1472, Zaragoza estaría cercada por
muralla de ladrillo, en la que se intercalarían 66 torres de
planta cuadrada, siete puertas, tres postigos; tal cerca es la que
habría resistido hasta los asedios napoleónicos.
Por ese u otro
motivo, la puerta estaba maltrecha en 1851. Para dar ocupación a
los jornaleros menesterosos de la ciudad, «... que por carecer de
ella se hallan con sus familias en el más angustioso estado...»,
tres semanas de enero de aquel año se ocuparon en remendarla; los
estipendios ascendieron a 3.878 reales de vellón.
«Se halla al N.O. de la ciudad, cerca de la plaza
de santo Domingo: no tiene mérito alguno artístico: da salida a
las huertas llamadas del término de Almozara, y varios pueblos de
la orilla derecha del Ebro, en aquella dirección».
Un oficio de la Comisión de Policía
Urbana, de 5 de octubre de 1868, propone «la apertura de todas las
calles que dan a la Ronda, y la supresión de todas las puertas que
cierran la población...». Segundo Díaz Gil, arquitecto municipal,
al escrito que le remite el Teniente de Alcalde del distrito de
San Pablo el día 21 de los mismos mes y año, contesta: «Al
inspeccionar las obras ... he tenido ocasión de observar que la
parte de fábrica de las de Sn lldefonso y Dn Sancho se hallan en
un estado ruinoso por lo que pueden ocasionar algunas desgracias;
y a fin de evitarlas, creo de necesidad el que a la mayor brevedad
se proceda á su demolición supuesto que en la actualidad no tienen
obgeto aquellas fábricas...»; firma el texto el 4 de noviembre
siguiente.
[...] «Enterado de la comunicación
... es indispensable proceder a su demolición; he resuelto que en
el día de mañana 9 de los corrientes se dé principio a la misma,
llevándose seis peones a cada una de dichas puertas....».
[...] «En vista del oficio ... he procedido
a la demolición de las puertas de Sn lldefonso y de Dn Sancho con
los 6 peones para cada una que en el mismo me designaba...»;
Segundo Díaz fecha esta respuesta el 11 de noviembre de 1868. Los
días revolucionarios de 1868 no derribaron la puerta Don Sancho.
Anthonius van den Wyngaerde la dibujó en la vista
de Zaragoza, perspectiva caballera, documentada en 1563. Es una de
las de la canta: «Adiós, Zaragoza antigua, / la de los ocho
portales; / Tripería, la de Sancho, / el Portillo, la del Carmen,
/ Santa Engracia, la Quemada, / la del Sol y la del Angel». Un
colegio, otra avenida del barrio así se nominan. La memoria de
quienes fueron convecinos nuestros no la relegó al olvido, sí
quienes construyeron la plaza Europa, en cuyo espacio se
levantaba.
Según la imagen reproducida en los escritos de
José Blasco ljazo, era de ladrillo, arco adintelado, simple, con
dos hojas: cerraba la calle del monasterio Santa Lucía,
cisterciense femenino; Sancho o Don Sancho, no sabemos del
personaje que toma el nombre.
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Espacio simbólico dedicado
a la Puerta Sancho.
Arriba, las tres “puertas” alegóricas; a la izquierda, las placas
de latón con las imágenes de la real. |
Pocas páginas más adelante, el mismo autor da cuenta de un
espacio urbano que recuerda a la desaparecida puerta,
situado entre las calles del Camino de la Almozara y Pablo
Gargallo:
Florencio de Pedro Herrera, Pedro Hernández Prieto son los autores
de las tres esculturas acomodadas en la entrada del barrio; en el
pensamiento de los artistas, una puerta, acaso la derruida Sancho,
que se levantaba a un centenar de metros de distancia según se
mira hacia la calle Santa Lucía. La primera, de hormigón, blanca,
sería expresión de ésa. La segunda, de acero inoxidable,
resultante de suprimir el volumen a la anterior. La tercera, acero
redondo bañado en bronce, estadio evolutivo último, simplificación
de la forma. Arte conceptual: el objeto artístico queda supeditado
a la idea. En los jardines, almeces, juníperos, piceas, siris
rosados.
El
único resto de la época de Los Sitios que permanece en pie es la
iglesia de las Fecetas, que ha conseguido sobrevivir a la
especulación urbanística de la que nos informa el mismo Millán
(“Viajar por Aragón” nº 43, octubre de 2004):
En el límite de María Agustín con la plaza Europa un indicativo
apercibe de la proximidad del claustro del Convento de las Fecetas. Las
Carmelitas Descalzas, propietarias del monasterio Santa Teresa de
Jesús, decidieron vender la propiedad, a pesar del criterio de
Patrimonio Artístico Nacional que defendía su conservación. José
Romero Aguirre elaboró el proyecto de urbanización de la finca,
que mantenía la iglesia, declarada monumento nacional el 22 de
agosto de 1970, y el claustro. Adquirido el terreno por
Inmobiliaria Roca, S.A., urgió el desalojo del convento y
construyó de modo miserable, sin respeto alguno al monumento,
incluso demoliendo el tramo del claustro orientado al sur, arcos
de los orientados al este y al oeste, despreciando el edificio
barroco. Conocimos del asunto en su día y posteriores procederes
de José Luis Roca Millán.
A pesar de los daños sufridos, aún
puede visitarse la iglesia, de estructura barroca de tipo
jesuítico, que ha estado cerrada muchos años
por reparaciones. Destacan en ella la bella decoración en yeso de
sus bóvedas, que son una expresión tardía (siglo XVII) de la
tradición mudéjar aragonesa. Y en la calle pueden verse lo que
queda de un sencillo y armonioso claustro.
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