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Puerta
del Carmen y Paseo Mª Agustín
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La Puerta
del Carmen es, sin duda, el símbolo más conocido de Los
Sitios y se asienta en el Paseo de María Agustín,
dedicado a una joven heroína del barrio de San Pablo. Las
vicisitudes y tribulaciones por las que atravesaron la Puerta
y sus defensores, quedan patentes en la extraordinaria profusión
de huellas de proyectiles que presenta a uno y otro lado.
En la cara exterior pueden apreciarse algunos
orificios de bala de fusil, junto a abundantes señales
de cañonazos: el invasor pretendía quebrar su firmeza.
Algunos de los bloques exteriores de piedra han sido
restaurados; resulta por tanto, mucho más llamativo ver
postales o fotografías anteriores al remodelado.
Mirando la cara interior en cambio, el
acribillamiento -más feroz si cabe- es sólo de fusilería,
detalle éste muy significativo: desde calles, ventanas
y tejados, los aragoneses intentaban reconquistar la
puerta, temporalmente en poder de los franceses.
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Este cambio de mano sucedió
en tres ocasiones durante el Primer Sitio. Durante el
Segundo, la orientación del ataque fue distinta, y
cuando a principios de febrero se tomó la Puerta por el
invasor, lo sería definitivamente.
La primera, en el
transcurso de la llamada Batalla de las Eras,
el mismo día 15 de
Junio (en el primer contacto pues, con los ejércitos
imperiales), fecha de memoria especialmente
jubilosa para Zaragoza en la que los defensores dieron
una severa lección a tan sorprendidos soldados.
En efecto, el ataque no se
había planteado por el joven General
Léfèbvre con más
estrategia que la de pasar sencillamente, a través de
las débiles tapias de una ciudad provinciana y
desconocida, defendida por unos puñados de campesinos a
los que se les ha visto ya correr en Tudela, en Mallén,
en Alagón... La inercia optimista de unas tropas
entusiastas, acostumbradas a barrer cuanto se les pone
por delante parecía más que suficiente para tan
seguro propósito.
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Pero
aquí la situación no será tan sencilla de resolver.
Los aragoneses, apretados espalda contra espalda,
templados por la confianza ciega que les inspira su
Caudillo Palafox y amparados por su Virgen del Pilar, se
batirán con un denuedo tal que al anochecer de ese
mismo día (la batalla había comenzado hacia la una de
la tarde), no sólo no han por ningún punto, sino que
han sido capaces de contraatacar, empujando a los
franceses hasta más allá de Casablanca.
CASAMAYOR nos relata cómo
la incursión en campo enemigo permitió a los
zaragozanos descubrir las huellas del saqueo de las
tropas (cadáveres de monjes en los conventos y
monasterios dejados atrás, iglesias profanadas,
soldados franceses muertos llevando cálices y demás
piezas de botín sacrílego en sus mochilas de campaña
... ) lo que sirvió para exacerbar aún más los ánimos
de la población contra el invasor
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Pues bien, aunque la
jornada en su conjunto no fue favorable a las
estupefactas tropas francesas (habrían de venir,
desgraciadamente, días peores), en un momento de la
refriega, la Puerta del Carmen llegó a ser abierta a cañonazos
y tomada por el 70º Regimiento de Línea. Este no pudo
sostenerse y acabó siendo rechazado por la viva
respuesta de los zaragozanos, que lejos de desbaratarse,
se concentraron sobre tan importante peligro.
La Batalla de las Eras
tuvo pues lugar, en toda la explanada que ocupa la
estación de ferrocarril y anexos, desde el Portillo
hasta el Paseo de Teruel. Como resultado de tan brava
acción se causaron al ejército francés varios cientos
de muertos que fueron enterrados bajo el propio terreno,
que pasó a denominarse del Campo del Sepulcro.
Con tal nombre se ha mantenido en la memoria de los
zaragozanos, pues hasta hace muy poco tiempo se llamaba
así incluso la propia estación de Renfe.
Las otras dos ocasiones en
las que la puerta del Carmen fue rebasada, obligándose
los defensores a recuperarla, son fechas que han sido ya
comentadas, aunque centrando el protagonismo en otros
lugares (los ataques siempre ocurrían simultáneamente
por varios puntos). Se trata del gran asalto del 2
de julio -dirigido en este sector por
Verdier
personalmente- y el sangriento supremo esfuerzo francés
del 4 de agosto.
Aunque por Santa Engracia hemos visto que llegaron hasta
el Coso y actual Plaza de España, por el Carmen fueron
detenidos, recuperándose la muralla y puerta, el día
9. Al ardor español contribuyó, y no poco, el recién
llegado rumor de la victoria de Bailén sobre el ejército
francés de Andalucía.
El General Verdier había
llegado a Zaragoza con refuerzos el día 25 de junio,
haciéndose cargo del mando supremo de las fuerzas
sitiadoras, por ser más antiguo que Léfèbvre. Era un
militar muy prestigioso, veterano de Castiglione, El
Cairo, Austerlitz y de la primera campaña contra España
(1793). Su propia esposa contribuía a su talante
popular entre la tropa, pues además de ser una intrépida
amazona, y de acompañarlo en alguna de sus expediciones
como un veterano más, se había ganado el respeto de
los soldados en Egipto, al cuidar a los heridos en el
sitio de la ciudadela de San Juan de Acre, bajo el fuego
enemigo. (VALENZUELA DE LA ROSA, J., Prólogo y notas de
"Los Sitios..." de CASAMAYOR).
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Un
episodio menos conocido, precisamente por no ser un
hecho bélico ni una hazaña de armas, es el compromiso
que debieron aceptar en solemne acto (Jura
de Bandera) los voluntarios encuadrados en la
defensa. En el vestíbulo de la Diputación Provincial
-más adelante hablaremos de ello- se puede ver
representado el acontecimiento en el lienzo de Ruiz de
Valdivia titulado: Juramento de los defensores de
Zaragoza en la plazuela del Carmen.
En efecto, durante los
preparativos para afrontar el primer sitio, y ante la práctica
ausencia de tropas regulares en la ciudad, debieron
armarse Compañías (y posteriormente Tercios) de
paisanos voluntarios. Y sabedor del efecto simbólico
que para una tropa tiene su bandera, Palafox mandó
preparar varias; al menos cuatro, que serían entregadas
al Regimiento de Extremadura, Primer Tercio de Valientes
Aragoneses, Primer Batallón Ligero Voluntarios de Aragón
y Batallón de Cazadores del Campo de Cariñena (SORANDO
MUZAS, L., comunicación privada). |
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Se trataba de un
lienzo blanco, con la Virgen del Pilar bordada en el
centro, y las armas de Zaragoza y Aragón en los
extremos. Uno de los bordadores fue precisamente
Salamero,
que por estar incluido en nuestro siguiente objetivo,
será comentado más adelante.
La primera referencia que
se tiene de estas banderas es una noticia del 15 de
junio de 1808: cuando Palafox va al Pilar a pedir la última
bendición de la Virgen ante lo que se avecina, con los
franceses ya en las puertas de Zaragoza, lleva una en la
mano (CASAMAYOR). El fragmento central -rectangular, con
la imagen de la Virgen del Pilar con manto- de una de
esas banderas, se encuentra depositado en el Museo del
Ejército de Madrid, devuelto por el Mariscal Petain en
1941, pues se hallaba en Los Inválidos junto a la tumba
de Napoleón.
El mismo Casamayor nos
relata cómo los días 25 y 26 de junio, el hermano de
Palafox, Sr. General
Marqués
de Lazán (Gobernador Militar interino)
había ordenado el juramento de servir a la Religión y
a la Patria a todos los alistados en los Tercios de las
compañías y a los que quisieran alistarse de nuevos.
El 25 a las 6 de la tarde tuvo lugar la primera
ceremonia ante el Gobernador Eclesiástico, los curas párrocos
de La Seo y San Felipe, el Regente y Decano de la Real
Audiencia, el Teniente Rey, el Corregidor y Decano del
Ayuntamiento.
El patriótico compromiso
se completó la tarde del 26. La Junta de Autoridades
había hecho formar ante la Puerta del Carmen -parece
ser que ocurrió también en otros lugares- a toda la
oficialidad y tropa llevada en armas. El Sargento Mayor
del Regimiento de Extremadura,
Ramírez de Orozco, pronunció la fórmula
solemne:
¿Juráis, valientes y leales soldados de Aragón, el
defender vuestra santa Religión, a vuestro Rey y
vuestra Patria, sin consentir jamás el yugo del infame
gobierno francés, ni abandonar a vuestros jefes y esta
bandera protegida por la Santísima Virgen del Pilar,
vuestra Patrona?
(OLIVAN BAYLE, F. y SAN VICENTE, A. El Templo del
Pilar durante los Sitios de Zaragoza. Zaragoza). La
milicia respondió unánime y afirmativamente.
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