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Fundador de las Hermanas de Santa
Ana, nació el 24 de agosto de 1769 en Terradas (Gerona), en una
familia de sanas y sencillas costumbres en un ambiente
campesino. Al cumplir 20 años se gradúa como Bachiller en
Filosofía por la Universidad Sertoriana de Huesca; al poco
tiempo aprueba unas oposiciones para la enseñanza de gramática
en Ripoll y San Pedro (Barcelona). Enseguida vino a Zaragoza
para terminar sus estudios de Teología e Historia Eclesiástica.
Volvió a aprobar unas nuevas oposiciones, esta vez para Reus
(Tarragona) donde enseñó durante siete años, ordenándose
sacerdote durante ese tiempo. Hacia 1800 ya parece clara su
vocación de dedicación con los demás; se preocupa de los presos,
de los enfermos y de los niños abandonados, ejerciendo
simultáneamente sus labores pastorales para aliviar y acercarlos
a Dios. Tras nueve meses como párroco de Montroig
(Tarragona), le encontramos como vicario del Hospital de la
Santa Cruz de Barcelona desde el 2 de marzo de 1804. En este
gran centro se refugiaban los seres más pobres e indefensos:
enfermos sin recursos, niños abandonados, dementes… Su gestión y
celo es tan eficiente que muy pronto su fama llega a oídos de la
“Sitiada” (Junta de Administración) del Hospital Nuestra Señora
de Gracia de Zaragoza, un gran centro de parecidas
características al de Barcelona. La “Sitiada” hace las oportunas
gestiones para lograr que el Padre Bonal haga lo mismo que en su
hospital. |
En septiembre de 1804 se presenta
en Zaragoza acompañado de un “hermano de la caridad”; un mes
permaneció en Zaragoza hasta llegar a un acuerdo con el Hospital
para hacerse cargo de sus necesidades y de una nueva
organización. Desde Barcelona se trasladan a Zaragoza doce
hombres y otras tantas mujeres, entre ellas la Madre Rafols,
llegando a Zaragoza en la tarde del 28 de diciembre de 1804. Fue
todo un acontecimiento en la entonces pequeña ciudad, la gente
se agolpaba para recibirlos a pesar de la pertinaz lluvia que
caía. El grupo visita El Pilar y en su altar rezan a la Virgen,
solicitando su amparo y protección para realizar la misión que
se habían marcado. |
Pronto se advierte la transformación
del centro: hay orden y limpieza, y sobre todo, un trato delicado y
de entrega paciente para los más necesitados. El cargo que le
asignan oficialmente es el de “Pasionero” o Capellán del Hospital.
Su labor no es bien vista por parte de algunos de los empleados,
vagos y corruptos, y debido a eso y otras dificultades, la rama
masculina de la “Hermandad” irá desapareciendo poco a poco hasta
extinguirse en enero de 1808.
El viejo edificio es bombardeado y
volado, quedando en ruinas durante el Primer Sitio. Son los momentos
de más trabajo para el Padre Bonal y sus “Hermanas de la Caridad”,
llevando sin descanso el traslado y acomodo de los enfermos, entre
las explosiones y las ruinas, con gran peligro de sus vidas.
Edificios públicos como la Real Audiencia, la Lonja y el
Ayuntamiento, junto a las casas de los nobles y particulares, hacen
de refugio provisional en este apresurado y trágico desalojo.
Pasados unos días los enfermos son reunidos en la Casa de la
Misericordia. Al aumentar su número sensiblemente a medida que se
desarrollaban los combates, los enfermos y heridos civiles son
trasladados al pequeño Hospital de Convalecientes, donde se
instalará definitivamente el actual Hospital de Nuestra Señora de
Gracia.
A pesar de los rigores y escasez de
alimentos por la guerra, el Padre Bonal consigue ropas, medicinas y
comida para sus refugiados gracias a su labor limosnera. En esta
situación llegamos al Segundo Sitio hasta la rendición de la ciudad
y los años de la ocupación, con una población exhausta y enferma y
una ciudad asolada y en ruinas, cubierta de cascotes y cadáveres
insepultos que son foco de una tremenda infección, y con gran parte
de su población prisionera.
Si durante los combates atendía en los
improvisados hospitales a todos los que lo necesitaban, lo mismo
hizo con la entrada de los franceses que mandaban presos o al exilio
a todos aquellos que no hacían el juramento al Rey Intruso José
Napoleón. A éstos les proporcionaba pan, vestidos y calzado,
prometiéndoles su libertad y administrando los sacramentos a los
condenados a muerte que por toda culpa tenían el haber defendido su
ciudad y su familia. Asiste también a los prisioneros enfermos que
fueron abandonados a su suerte en Torrero en las afueras de la
ciudad y que se encontraban en condiciones infrahumanas y olvidados
por las tropas de ocupación. Es tal la gravedad de la situación que
la “Sitiada” decide hacer una gran colecta por la ciudad poniendo al
frente de ella al Padre Bonal, que tan felices resultados había
logrado durante la guerra, para paliar las necesidades más
elementales de estos prisioneros. La Dirección General de la Policía
concede el oportuno permiso y los frutos logrados son ingentes, pero
en contra de su parecer, no se destinan a los prisioneros sino que
se da preferencia a los enfermos del Hospital, pues ponen al frente
de la administración de los donativos a un miembro de la Junta que
hace de “Gestor” de los mismos.
Con la entrada de los franceses se
había producido la lógica organización de la ciudad y de sus
instituciones, según los dictámenes del “Virrey de Aragón”, el
Mariscal Suchet. Será el propio obispo de Zaragoza, el afrancesado
Padre Santander quien disponga se establezcan las nuevas condiciones
para la formación de la “Hermandad de la Caridad”, frustrando así la
idea del Padre Bonal de formar una congregación religiosa de tipo
apostólico e independiente, y quedando la Hermandad sometida a la
autoridad de la “Sitiada”. En 1813 se nombra un nuevo director, un
fraile ex franciscano director del Seminario de San Carlos llamado
Miguel Gil, obviando así por completo al Padre Bonal. Esta situación
no cambiará con el cese de la “Sitiada afrancesada” tras la
liberación de la ciudad.
La “Sitiada” manda al Padre Juan
Bonal a la recogida de donativos y alimentos por todo Aragón. Como
ya había demostrado de qué era capaz, recorrerá todo el país a lomos
de su caballo, enviando comida, dinero y ropas para el Hospital. A
él le exigían una minuciosa administración reclamándole hasta el
último maravedí pero por el contrario hacía más de tres años que no
recibía su escaso salario; sin embargo no por ello dejó de realizar
la dura misión encomendada. El Padre Juan será el mejor embajador de
los pobres durante más de veinte años, recorriendo los caminos de la
empobrecida España, recabando ayudas y administrando sacramentos
allí donde no llegaban los auxilios parroquiales. Nunca llegó a
perder la relación con sus queridas “Hermanas de la Caridad”, ni con
la Madre Rafols, pues mantuvo una abundante correspondencia con las
superioras, ya que ellas le reconocían como verdadero fundador de la
Orden.
Inclusive durante el llamado “Trienio
Liberal“ ayuda y socorre, buscando acomodo a los sacerdotes
exclaustrados por las desamortizaciones y venta de bienes
eclesiásticos, aprovechando las influencias que había logrado con su
generosidad. En uno de sus innumerables viajes, en 1829, cae
gravemente enfermo retirándose a descansar e intentar restablecerse
en el Santuario de Nuestra Señora del Salz (Zuera), lugar de gran
tranquilidad y al que le gustaba acudir para refugiarse de las
penurias de sus viajes. Enterado el Hospital de su estado, manda a
uno de sus médicos con una Hermana de la Caridad para intentar su
curación; allí acuden las Hermanas de Huesca para darle consuelo,
como él hizo en tantas ocasiones, acompañándole en sus últimos días.
El Padre Bonal es consciente de su
próximo fin y dicta su testamento ante el párroco de Zuera dejándole
“unos pocos duros y sus libros” y disponiendo que “se le celebre una
misa a San José”. Quiso enterrarse en Zuera pero debido al ruego de
las Hermanas decide de palabra “que estaría gustoso que su cuerpo
fuese sepultado en el Santo Hospital de Zaragoza”, como así se
realizó. Muere el 19 de agosto de 1829 y es enterrado junto a la
Madre Rafols, que había muerto poco tiempo antes, en la cripta del
Hospital de Gracia. A los cien años de su muerte el pueblo
zaragozano quiso reconocer su labor caritativa y le erigió una
lápida en su honor, que hoy en día se encuentra junto a su sepulcro,
en la iglesia de la Casa General y Noviciado de las Hermanas de la
Caridad de Santa Ana, donde sus restos fueron trasladados el 20 de
octubre de 1925, dejando una placa en la iglesia del Hospital que
recuerda este hecho. En la calle Madre Rafols y dejando atrás el
antiguo Cuartel de Sangenís (Pontoneros), encontramos una pequeña
glorieta recientemente remodelada, en el arranque de la calle
Alexander Fleming. De hecho, esta última llevó el nombre de “Mosén
Juan Bonal” entre el 2 de abril de 1943 y el 3 de octubre de 1970,
cuando un acuerdo municipal decidió que “deberá desaparecer el
nombre de Mosén Juan Bonal hasta que la Delegación de Cultura de
este Excmo. Ayuntamiento estime dárselo a otra vía de la Ciudad”.
Pues bien, con fecha 2 de abril de 2007, nuestra Asociación solicitó
formalmente la asignación de tal nombre a esta nueva glorieta; las
gestiones van por buen camino. |