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Nació en Barcelona el 04-03-1786. Murió el 29-05-1857 en Ceuta
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Casada con el artillero D. Juan Roca vivió
en Barcelona hasta el principio de la Guerra de la
Independencia en que, al salir a campaña su marido vino a
Zaragoza a casa de una hermana. El 2 de julio, llevando víveres
a la batería del Portillo, presencia un ataque de los
franceses y la muerte de todos los artilleros que sirven un cañón,
lo cual deja la brecha abierta por la que puede entrar la
columna francesa. Agustina arranca de manos del sargento
muerto el botafuego que iba aplicar a la pieza en el momento
de caer y sin vacilar da fuego al cañón.
Ametrallados por el
disparo vacilan los franceses y electrizados por el ejemplo de
la heroína los defensores de la Puerta del Portillo hacen un
vivo fuego que rechaza al invasor. La situación se ha
salvado. Palafox,
presente en ese momento en el Portillo, coge las jinetas del
sargento muerto y las coloca en el hombro de Agustina.
Posteriormente estuvo destinada como sargento "de
plantilla" en la batería de la Puerta del Carmen, lugar
de frecuentes combates durante ambos sitios.
Prisionera tras la capitulación el 20 de
febrero es conducida a Francia, con su marido, que había
llegado a Zaragoza con los refuerzos, y su hijo. El niño
muere y Agustina y su marido logran evadirse. Se presenta en
Tortosa que al poco tiempo es sitiada por los franceses,
combate contra ellos y tras la capitulación se ve otra vez
prisionera. Canjeada se incorpora al Ejército del Norte con
el que asiste, encuadrada en una batería de montaña, a la
batalla de Vitoria. Finalizada la guerra es recibida en Madrid
por el Rey Fernando VII que le confirma el empleo de
Subteniente de Infantería. En 1823 fallece su esposo el capitán
Roca y ella marcha a Almería, donde más tarde se casa con D.
Juan Cobos, Barón de Cobos de Belchite, médico, y pasan a
residir en Valencia, de allí a Sevilla y luego a Ceuta, donde
Agustina presta servicio en el Regimiento de Infantería Fijo
de Ceuta como Subteniente hasta su retiro por edad. Falleció
en Ceuta y fue enterrada allí.
En 1870 el Ayuntamiento de Zaragoza
consigue trasladar, con todos los honores, su cadáver que es
enterrado en el Pilar. El 19 de julio de 1909, entre los actos
solemnes del I Centenario de los Sitios, es enterrado
definitivamente en la Capilla de las Heroínas de la Iglesia
de Dª. Srª. del Portillo junto con los de Manuela Sancho y
Casta Alvarez.
J. P. Goñi
Agustina
Zaragoza Domenech
Agustina
= name
Zaragoza
= first family name (from father)
Domenech
= second family name (from mother)
also
known as "Agustina de Aragón"
Born in
Barcelona on March 4th 1786. Her father
was Pedro Juan Zaragoza Labastida, identifies as
"obrero" (worker) in her certificate of
christening. She had a great number of brothers and
sisters, no less than seven. She married Juan Roca
Vilaseca, artilleryman, on 1803, and lived in
Barcelona, as a housewife.
At the beginning of the
Spanish Independence War (Peninsular War), her husband
goes to campaign and she comes to live in Zaragoza with
a sister. She is accompanied by a son, two years old.
On July 2nd
1808, she fired a gun at the Portillo gate, defeating a
French column that was entering the town. Palafox
rewarded this action and she became a resistance symbol.
After the town capitulation, she and her husband were
taken as prisioners to France. Both of them escaped, but
the child died. Later, the couple took part at the siege
of Tortosa and the battle of Vitoria.
At the end of the war,
she is rewarded with the rank of Infantry 2nd
Lieutenant. On 1823 her husband dies and the next year
she marries Juan Cobos, physician, and goes to live in
Ceuta. Dead there on May 29th,1857.
On 1870
her corpse is brought to Zaragoza, where is buried in
the Pilar Cathedral. On July 19th, 1909, is
definitely taken to the Heroine Chapel of the Portillo
Church, besides Manuela Sancho and Casta Alvarez.
UN
SOLDADO CATALÁN EN LA
GUERRA DE LAS NARANJAS
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Entre los
soldados que han tomado parte en la breve guerra de las naranjas hay uno, Juan
Roca, que esta en el servicio de las armas casi desde que era
adolescente. Es catalán, natural de Masanet de Cabrenys, partido judicial
de figueras, en un lugar precioso llamado como (la selva) en Gerona Había
nacido cuando reinaba aún el rey Carlos IV, en 1779. El lugar de su
nacimiento fue el pueblo de Masanet de Cabrenys, en aquella provincia
catalana. Fueron sus padres Ferriol Roca y Rosa Vilaseca.
Ingresó muy pronto en la profesión militar: a los
16 años. Le atraía esa actividad, que ya no abandonaría nunca. Fue
adscrito al primer regimiento de artillería, de guarnición en Barcelona.
Se sintió orgulloso al vestir por primera vez su uniforme de soldado.
Guerra en
Portugal
Fue destinado su Regimiento al acantonamiento de
Portugal. Convenía tener tropas cerca de la frontera y diversas unidades
militares quedaron instaladas en tierras de Extremadura. Juan Roca era un
simple soldado más entre los que allí, cerca de la tierra lusitana,
Montalbán la guardia.
De Francia llegaban presiones para que España se
uniese en la lucha contra Inglaterra. Y Portugal era un aliado de esta última
nación.
El regimiento regresa a Barcelona. Más no tardará
en volver a las zonas próximas a Portugal. La presión francesa es
insistente. Ya Napoleón Bonaparte ha dado su golpe de estado del 18
Brumario. El Directorio ha sido sustituido por el Consulado. Y
a Francia le interesa mucho que Portugal se aparte de Inglaterra y
cierr4e a esta los puertos atlánticos.
Millares de combatientes se escalonan a lo largo de
la frontera portuguesa. Francia ha enviado también un ejército de 15.000
hombres. El rey Carlos IV venía trabajando hace algún tiempo para que
Portugal se separase de la alianza inglesa. No lo consigue, y bajo el
apremio francés declara la guerra al país frontero. Campaña rápida y
victoria española.
La “guerra de las naranjas” así llamada por las
que Godoy envió, cogidas en Olivenza, a los reyes de España ha durado
menos de un mes. El soldado artillero Juan Roca, poco más de 20 años ha
tomado parte, durante la campaña portuguesa, en la batalla de ARRONCHES,
en el sitio de campo mayor, en las acciones de PUERTO ALEGRE y Casteldevi.
Acabada la guerra, los regimientos regresan a sus cuarteles y regiones
habituales. Juan Roca esta de nuevo en Barcelona. Es ascendido a Cabo II
de su regimiento.
España esta ya plenamente en la órbita francesa,
Napoleón, el primer cónsul es el dueño de Francia, y su fulgurante
ascensión política y militar despierta la hostilidad de Europa. Varios
estados se han unido contra él. Pero una buena estrella parece acompañar
la suerte del primer cónsul. Ha triunfado en Marengo, cuando el mismo tenía
la derrota. Mientras planea operaciones militares y organiza nuevos ejércitos,
atiende a la vez a la restauración de Francia, al orden y el posible
bienestar en un país tan castigado los últimos años. Crea un nuevo
sistema administrativo en el país. Bajo su dirección, los juristas
elaboran un nuevo código civil: El código Napoleón. Trata de sanear la
hacienda y la economía francesas. Firma el concordato con Roma. Y en su
pensamiento, junto a todo eso, la obsesión de Inglaterra. Es el gran
enemigo. Allá van, hacia Bologne, piezas de artillería, municiones, víveres,
para cuando llegue el momento de la invasión.
Boda en la iglesia del Pino
Juan Roca. El
muchacho artillero de la Guerra de las Naranjas, ha conocido en Barcelona,
donde esta de guarnición su regimiento, a una muchacha, catalana como él: Agustina
Raimunda
María Zaragoza Doménech. Es varios años menos que el artillero.
Su familia se había trasladado desde Fulleda, en la provincia de Lérida
a Barcelona. En esta ciudad nació Agustina,
bautizada en la Parroquia de Santa Maria del Mar de Barcelona, el 4 de
marzo de 1786.el párroco Ramón Albert y Juliana nos deja constancia de
su bautismo, en el correspondiente libro de nacidos que dice:
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6 de marzo 1786. En dicho día, mes y año he bautizado a Agustina Raymunda María, hija legitima de Pedro Juan
Saragossa, obrero, y de
Raymunda Domenech, cónyuges. Fueron sus padrinos Juan Altarriba, armero,
y Agustina Vilumara, mujer del padrino. Les instruí de las obligaciones
que contraen. Ramon Albert y Juliana, presbítero Subvicario. Sus padres se habían casado el 8 de agosto de
1772,se llamaban Pedro Juan Francisco Ramón Saragossa Labastida y
Raimunda Domenech Gasull.
Fue creciendo, espigando en los inquietos días en
que, al otro lado de la frontera, la Revolución desgranaba sus jornadas
de sangre.
Cuando ella contaba 15 años, Juan
Roca cumplía 22 años,
comenzaba un nuevo siglo, y, acababa la Guerra de las Naranjas, llega para
Agustina y Juan la hora feliz del amor. Se
hicieron novios. Se casaron. Fue el 17 de abril
de 1803, en la Parroquia barcelonesa De Pino (Santa María de los
Reyes o del Pi por el pino que ya existía en el siglo X) les casa un
capellán castrense, Don Manuel Jordana, en quién ha delegado el padre
Esteve Oms, párroco de aquella iglesia del Pino. Los testigos de la
ceremonia han sido Alberto Dalmau Perxer y Jaime Motas Sastre.
Juan Roca es entonces
cabo II de la segunda brigada del primer regimiento de artillería.
Al mes siguiente de la boda ascenderá a cabo
primero. Es un soldado respetuoso y activo, al que sus compañeros y
superiores estiman muy sinceramente. El servicio militar y la vida hogareña
se reparten sus horas.
En 1804 Juan Roca es
promovido a sargento segundo. Ese mismo año nace el primer hijo del
matrimonio.
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El brigadier Palafox
El día 5 de mayo, tres jornadas después de la
tragedia de Madrid, conoce Zaragoza lo ocurrido en la capital de España.
Lo cuentan algunos fugitivos que han podido escapar de la tiranía napoleónica.
Se aviva en todos la decisión de rebelarse en la situación en que la
patria se ve. Llega la ciudad en estos días de soterrada y creciente
furia popular, el brigadier Don José Rebolledo de Palafox y Melci. Llega
de Bayona ha donde había sido enviado por su jefe inmediato, el marqués
de Castelar, para dar cuenta a Fernando VII de que Godoy, por presión
francesa había sido liberado.
Palafox salió de Bayona el día 5 de mayo y, según
se cree entre los zaragozanos, trae instrucciones verbales concretas del
rey para organizar la resistencia contra las tropas francesas.
Temía el Brigadier
ser detenido por los soldados y agentes de Napoleón y cruzó, con toda
suerte de cautelas, la frontera por tierras de Guipúzcoa. Llegó a
Zaragoza, era oriundo de allí. La ciudad conocía ya el drama de Madrid y
eran muchos los que deseaban alzarse en armas abiertamente. Se pone en
relación el brigadier Palafox, con otros jefes y oficiales de la guarnición.
Los pasos y reuniones del joven militar despiertan recelos en el capitán
general D. Jorge Juan de Guillelmi. Ordena este a Palafox que se traslade
a Madrid y se incorpore a su destino de segundo teniente en la primera
compañía de los reales guardias de corps. No quiere Palafox cumplir la
orden, está seguro de que llegará el momento, en que Zaragoza le
necesite. No se trasladará a Madrid y se oculta en una finca de su
familia, en la Torre de Alfranca, a tres leguas de la capital aragonesa,
allí esperara la hora en que la ciudad se alce frente a Napoleón.
En Zaragoza, la conspiración tiene raíces largas y
extensas, colaboran en ella personas, de muy distintas profesiones y zonas
sociales: aristócratas, militares, campesinos...
Palafox y sus más inmediatos colaboradores
entre ellos los hermanos Torres, jefes del regimiento de fusileros
de la provincia, saben que el movimiento necesita una calidad asistencia
popular. Para lograrla se ponen en relación con dos labradores: Mariano
Cerezo y Jorge Ibort. El primero es de la parroquia de San Pablo, el
segundo del Arrabal. Tienen los dos una gran influencia sobre los núcleos
populares de la ciudad y sus inmediaciones. Hay ya una base sólida para
el día en que se decida el estallido de la rebelión.
El Castillo de la Aljafería
Zaragoza, vive horas tensas desde que fueron conocida
la tragedia de Madrid y la renuncia de Bayona. Acostumbran las gentes de
la ciudad a reunirse ante la casa de correos, para comentar las noticias
que van llegando. Hay un día, el martes 24 de mayo, en que la
concurrencia ante el edificio es mucho más nutrido y numerosa que otras
veces. Se dice que Napoleón ha decidido erigirse en amo y señor de la
nación española, como consecuencia de la renuncia forzada, estiman los
zaragozanos de la familia real. Comentarios y conversaciones suben de
tono. Se grita ya abiertamente. Un practicante de cirugía Carlos González
se pone en su sombrero una escarapela roja, signo de guerra y rebeldía,
otros lo hacen también. Se organiza una manifestación, a cuyo frente va
el practicante y un labrador, Juan José Núñez en actitud airada se
dirigen hacía la Capitanía General. Dan vivas a España y al rey. Gritan
contra Napoleón y los franceses. Entran en el edificio sin que la guardia
les estorbe. Piden al Capitán General que de las órdenes para que se les
entregue el armamento y las municiones que hay en el Castillo de la
Aljafería. El General de Guillelmi trata de resistir: la actitud popular
puede ser, en definitiva peligrosa para los que hoy la asumen, y puede
llevar a situaciones graves. Pero los hermanos Torres, jefe del cuerpo de
fusileros de Aragón, le hablan y convencen para que les acompañe al
castillo. Ya en la Aljafería, son entregadas al pueblo las armas y
municiones que allí se guardan: 25.000 fusiles, 80 cañones, una
importante cantidad de balas... El capitán GENERAL QUEDA DETENIDO EN LA
FORTALEZA: se trata, le dicen, de salvaguardar su vida en esta hora de
excitación. Pasa el mando al General D. Carlos Mori. La rebeldía popular
esta en marcha, pero las autoridades de la ciudad no quieren encabezarla.
Campesinos armados, al mando del labrador Jorge Ibort, se dirigen a la
torre de Alfranca, donde el brigadier Palafox está refugiado. Le
encuentran y aclaman, y con él regresan a la ciudad. Zaragoza recibe en
triunfo al brigadier.
Celebra este, reuniones urgentes con algunas
autoridades de la ciudad. Mientras habla con ellas la multitud le vitorea
enardecidamente. El teniente general Mori renuncia al mando militar, y el
joven Palafox (cuenta solo 33 años) es proclamado Capitán General de
Aragón.
A las puertas de Zaragoza
Solo una diferencia de ocho días hay entre los combates
del Bruch: dos derrotas para las tropas francesas destacadas en Cataluña.
El primero de ambos combates
es el 6 de junio: en él resuena de arboleda en arboleda, de colina en
colina, el redoble enardecido del (timbaler) de Sanpedro, aquel muchachito
de 17 años, Isidro Llusa. Pocos días más tarde el 14 de junio es la
segunda acción del Bruch, en la que los franceses también se ven
obligados a retroceder. Un oficial que forma parte del estado mayor del
general Duhesme, jefe del ejército de Cataluña reconoce lo que aquellas
jornadas significaran para la rebelión, desde el primer día de las
hostilidades escribe Lafaille los catalanes todo el día sin jefes y casi
sin armas vieron a nuestras tropas huir delante de ellos. La noticia de un
éxito tan inesperado, el primero alcanzado por los españoles en esta
guerra, se extendió con la rapidez del relámpago y con toda la exageración
del orgullo nacional. Ello acabo, de inflamar los espíritus demasiado
predispuestos a un levantamiento, la insurrección estallo por doquier.

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El artillero Juan Roca
Entre los que en ese 14 de junio han obligado a
retroceder a los franceses esta un soldado catalán Juan
Roca, sargento segundo de un regimiento de artillería que forma
parte de la guarnición de Barcelona. Son muchos los oficiales y soldados
que huyen en estos días de la capital, ocupada por el ejército francés
Duhesme. La lucha en la ciudad es difícil por la absoluta superioridad
numérica del enemigo, dueño de los parques de municiones. Los militares
escapados van uniéndose en el campo y en la montaña, a los campesinos
alzados en armas. Y visten, con estos, el traje y la barretina roja
tradicionales del payés catalán.
Juan Roca lleva ya varios años en el ejército. Ha
servido siempre en el cuerpo de artillería, ingreso en el cómo simple
soldado, cuando tenía 16 años. Estuvo en su regimiento de Portugal y
tomo parte en la guerra de las naranjas. Ha casado en Barcelona también
con una muchacha catalana, Agustina
Zaragoza y
Doménech. Contaba ya cuando la boda 17 años, él 24. Al año
siguiente 1804 les nace el primer hijo.
Ocupada Barcelona por el general Duhesme (Ocupación
pacífica bajo capa de amistad), NO TARDA EN DESVANECERSE LA DESCONFIANZA
CON QUE Muchos había contemplado la penetración napoleónica. Llegan
noticias de lo ocurrió en Madrid el 2 de Mayo. Se va sabiendo que muchas
ciudades españolas se alzan contra Napoleón. Algunas poblaciones
catalanas próximas a Aragón y Valencia, Lérida y Tortosa... están en
armas también. En Barcelona hay oficiales y soldados que desertan de sus
unidades y acuartelamientos para reunirse, en el campo y en el monte, a
los somatenes que luchan ya. Resuenan
por las colinas del Bruch el tambor de Isidro Llusa y el de otros
timbalers. Resuenan tocando arrebato las, campanas de las aldeas. Se
extienden sobre las tierras de Cataluña un ancho grito de guerra. Juan
participa en todas las escaramuzas desde Esparraguera hasta el 14
de junio de 1808 en la acción del Bruch en la defensa de Barcelona y
luego en la retirada del 16 de diciembre del campo de Esplueges, y pocos días
después, el día 21,en Molins de Rey,
De Barcelona a
Zaragoza
Agustina Zaragoza, la esposa del artillero Juan Roca
sargento segundo ya, se siente poseída de la misma alta pasión española
de cuantos en estos días juran defender la patria invadida. La lucha en
Barcelona, ciudad ocupada, es prácticamente imposible Agustina decide
huir, unirse a los que combate en otras tierras. Pasa por el Bruch.
Contempla los signos de la acción
contra los franceses. Sigue camino adelante. Lleva consigo a su hijo, un
chaval de 4 años. Quiere llegar a Zaragoza. Corre por los pueblos y los
mesones del camino la noticia de que se combate en las cercanías de
aquella ciudad. El nombre de la capital de Aragón atrae mágicamente.
Soldados huidos de distintos lugares van hacia allí. Son muchos los días
de caminata. No desfallece Agustina. Manos generosas le atienden en el
trayecto hacia Zaragoza. Su hijo es el gran consuelo cuando la fatiga
rinde a la mujer. Le contempla, acurrucado junto a ella, y su ternura se
deshace en un llanto blando y dulce. Se siente, al conjunto de este
sentimiento, con nuevo y reforzado ánimo para seguir adelante. Un día
por fin Zaragoza, en la lejanía. Sobre el caserío más nítida cada vez
las torres de La Seo y el Pilar.
Un joven General
Napoleónico
Napoleón Bonaparte tiene noticia de que Zaragoza se
ha rebelado. Las primeras noticias le llegan el 30 de mayo. Sabe la
importancia que la capital tiene en el cuadro general de la
estrategia de los ejércitos franceses en España, y toma
inmediatamente medidas para reducir el alzamiento de los aragoneses.
Refuerza con varias unidades importantes infantería, lanceros
polacos, artillería, la guarnición de Pamplona, punto de partida
para las tropas que trataran de dominar a Zaragoza.
Dispone también que la columna sea mandada por
uno de los más jóvenes generales del ejército francés: Carlos
Lefebvre Desnoettes. No ha cumplido este aún los 35 años. Es enérgico y valeroso, es ahora jefe de estado mayor del
cuerpo de observación de los pirineos occidentales. Había
combatido anteriormente a las órdenes de Napoleón en las campañas
de Italia. Ascendió a Coronel en 1804, cuando el primer cónsul se
proclama emperador. Fue poco después ascendido a general de
brigada. Al comenzar este año de 1808, mandaba el primer regimiento
de cazadores a caballo de la guardia imperial, y el 19 de marzo
asciende a general de división, y es nombrado conde del imperio.
Llega Lefebvre a Pamplona. Recibe allí las órdenes
de dirigirse a Tudela donde recibirá los refuerzos que le permitirán
el ataque a Zaragoza.El general francés va precedido, en su camino
hacía la villa Navarra de unos emisarios portadores de una proclama
dirigida a los aragoneses y firmada por alguno de los diputados que
se habían reunido en Bayona. En la proclama se pide a los
habitantes de la ciudad de Zaragoza, desistan de su rebelde actitud.
Las adversas jornadas de Tudela y
Mallen
Pero Tudela está en poder de los españoles y el puente sobre el Ebro ha sido cortado. Lefebvre y sus tropas cruzan el río sobre
unas cuantas barcazas y se dirigen hacia la villa. No cuenta esta con
medios próximos de defensa y ha pedido auxilio a don José Rebolledo de
Palafox, capitán general de Aragón. Envía este a su hermano mayor, el
marqués de Lazan con algunas fuerzas y cuatro piezas de artillería, más
la defensa es apresurada y desorganizada, y los franceses aparecen por
donde no se les esperaba: por la margen derecha del Ebro, envuelven la
villa y los defensores, para no verse copados huyen desordenadamente
perseguidos sin piedad por la caballería polaca. Hay crueldades y
fusilamientos. El marqués de Lazan, con algunos jefes y oficiales embarca
en el canal imperial de Aragón con intención de llegar a Zaragoza. En el
camino se encuentra con las tropas que se hermano el capitán general le
envía como refuerzo. Se entabla un nuevo combate junto a la villa de
Mallen. El general francés no ha cesado, entre tanto dé recibir nuevas
unidades. La jornada es adversa para los españoles, que se dispersan
acosados por la furia de los
jinetes polacos. Lazan, junto algunos jefes y oficiales se retira
a Gallur, cruza el Ebro y llega a Zaragoza.

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Un pueblo en armas Se ha ocultado la marcha de Palafox. Las horas son
difíciles, y la noticia de la partida podría deprimir a las gentes,
entregadas febrilmente a la defensa. Se arrastran cañones hacia los
emplazamientos más convenientes. Se levantan parapetos, se improvisan
reductos, se amontonan obstáculos en puertas y portillos. Tejados,
ventanas y balcones son convertidos en fortines. La lucha será a muerte
casa por casa. Es el pueblo el que realiza todos estos trabajos sin una
verdadera dirección. Son gentes civiles quienes encabezan la tarea: como
el sacerdote D. Santiago Sas, y los labradores D. Mariano y D. Manuel
Cerezo.
Se desconfía de los militares. Se piensan en traiciones posibles.
Pero no es justa la sospecha. Un jefe de ingenieros D. Antonio San Genis
cuando recorre los muros de la ciudad para estudiar los puntos más
adecuados para la defensa, es detenido se le cree un espía, y se le
conduce a la prisión. La realidad, muy poco después hará ver a los
zaragozanos lo equivocado de sus juicios y se someterán a la dirección
de los jefes militares el coronel D. Mariano Renovales, el teniente
coronel D. Francisco Marco del Pont y el teniente de caballería,
retirado, D. Luciano de Tornos.
Tras el fracaso intento de la mañana Lefebvre, a
primera hora de la tarde, se dispone a lanzar un ataque enérgico y
vigoroso e intenso con el que cuenta hacerse dueño de la ciudad. Lanzará
ese ataque por el lado occidental donde la ciudad está más abierta y no
tiene esa defensa natural que supone el río Huerva. Sitúa sus tropas en
consecuencia, frente a los muros que por esa parte ampara a la población,
en la zona llamada campo del sepulcro o eras del rey. El general francés
instala su puesto de mando en la Torre de Escartín, a 1 kilómetro de
Zaragoza. Frente a él, la tapia que va del Portillo hasta la puerta del
Carmen.
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La heroína del Portillo
Nuevas tropas llegan al ejercito de Verdier
el día que primero se fijo para el asalto el 29 de junio: el
conjunto de estas fuerzas sitiadoras asciende a unos 13.000 hombres.
Frente a ellos los zaragozanos suman unos 8.000, en los que solo la menor
parte corresponden a soldados veteranos e irregulares.
Al atardecer del siguiente día él ejercito napoleónico ha terminado la
labor preparatoria del ataque, todas las baterías están a punto bien
provistas de municiones, el general Verdier hace circular sus órdenes
para que a media noche los cañones rompan el fuego sobre los objetivos
que se señalan: la Aljafería, el convento de los Agustinos, el cuartel
de caballería, el Portillo, el Carmen, Santa Engracia. Se disparará,
también sobre el interior de la ciudad buscando con ello el
quebrantamiento y la intimidación de los vecinos. Duerme Zaragoza. A las
12, un primer disparo cruza el aire y va a caer sobre las aguas del Ebro.
Otros se unen a él. El bombardeo se generaliza y ya no cesa en toda la
noche. Ha ido despertando la ciudad, un despertar de susto y de horror
porque el bombardeo no conoce pausas. En la primera sorpresa contará un
testigo de aquellas horas el cronista Agustín Alcaide Ibieca, abandonaron
muchos sus casas, y las mujeres huían azarosas sin saber a donde
dirigirse. Loas más tímidos huyeron por el puente de piedra y caminaron
toda la noche hasta llegar a los pueblos circunvecinos. La batería de la
bernardona y la del conejar, comenzaron a despedir bombas y granadas a
hora de las 6, y donde ocurría la explosión, las madres salían con sus
hijos en brazos, los esposos con sus esposas afligidas, el vigía situado en la torre nueva, divisaba
cuanto obraban las baterías y se previno al público que un toque de
campana manifestaría venir la bomba de la parte de Torrero y dos de la
bernardona, con lo que podían los ciudadanos refugiarse. Muchas familias
fijaron su habitación en las cuevas pero después de las primeras
agitaciones se miro el bombardeo con una serenidad increíble. La
consistencia de los edificios y él haber empleado más granadas que
bombas no lo hizo formidable.
Las casas tenían bastante elevación y mucha
solidez: con ese motivo las granadas reventaban en el segundo o tercer
piso y no ocasionaban el mayor daño, pudiendo asegurar que perecieron muy
pocas personas, sin embargo, en el espacio de 27 horas según los partes
de los vigías, 1400 bombas y granadas vinieron preñadas de muerte a
desgajarse sobre nuestras cabezas. No hay expresiones propias para
describir la serenidad y el espíritu de mis compatriotas, lejos de
arrugarse chispeaban sus ojos de cólera al ver los ardides del enemigo
para introducir la confusión y el desorden. Pese a la intensidad del
bombardeo no son muchos los daños. Los más graves han sido en el
castillo de la Aljafería y en el Portillo. Tampoco ha sido
quebrantada la moral del pueblo. Tras la primera reacción del
susto, la serenidad se ha impuesto. A esta sensación
de firmeza ha contribuido, además, la llegada del general Palafox,
con más de 1000 hombres. Él será ahora el jefe de la resistencia frente
al enemigo.
Comprende Verdier que el ataque de la artillería no ha dado el resultado
que se confiaba. Más no puede intensificarlo más, porque las muchas
horas de fuego cerca de 30 han agotado casi el número de sus bombas y
granadas. Hay que proceder en consecuencia al asalto. Se encargaran de
estas 6 columnas bien equipadas con objetivos diferentes.
Amanece un nuevo día 2 de julio. Casi toda la noche estuvieron
tronando los cañones. Han callado ahora con el alba, y con su silencio
hileras raudas de soldados se lanzan hacia el asalto de puertas y
edificios. Los hombres de la defensa disparan intensamente contra los
asaltantes. No logran avanzar los franceses, al revés se ven obligados a
retroceder en algunos puntos. Fracasan también en el intento de
apoderarse del castillo de la Aljafería, uno de cuyos muros había sido
derribado casi totalmente por el bombardeo del día anterior. El foso que
rodea al castillo resulta infranqueable y los franceses han de renunciar
al ataque. Encaminan este ahora hacia la puerta del Portillo, también en
esta hizo grandes destrozos el largo bombardeo de las horas precedentes.
Había cayado las baterías allí emplazadas, signo seguro para los
franceses de que el asalto sería fácil por aquel lugar, donde eran
visibles los daños de la artillería napoleónica.
Avanzan raudamente los franceses hacia el Portillo, hacía las baterías
que enmudecieron. Han ido cayendo los artilleros que defendían la entrada
de la ciudad por aquella parte. Apenas falta un centenar de metros para
que la columna napoleónica alcance la codiciada puerta.
Una mujer, de pronto llega ante uno de los cañones
allí emplazados, y dispara contra la vanguardia de la columna que allí
se acerca. Es Agustina Zaragoza y Doménech.
Como otras mujeres, colaboraba a la lucha llevando refrescos y bebidas a
los servidores de las baterías. En esta mañana del 2 de julio su ademán
enardece a los que gemían en el suelo. Se ponen este de pie al conjuro de
la actitud de la muchacha, y los repetidos disparos sobre la columna
francesa a bocajarro dispersa a esta, y lo que se creyó victoria fácil
se transformo por la decisión heroica de Agustina en una retirada sin
orden.
La misma Agustina
Zaragoza al año siguiente evocará aquella jornada.
Queriendo alternar escribe con sus mayores defensores los artilleros
exhorta a la firmeza, y empieza hacer este servicio sirviendo tacos y
otras provisiones.
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Los días primero y segundo de julio, empiezan los
enemigos el bombardeo contra la ciudad y a su estrepitoso ruido adelanta
sus pasos hacia la batería de la puerta del Portillo, atacada con la
mayor furia pónese entre los artilleros, los socorre, los ayuda y dice:
ánimo artilleros que aquí hay mujeres cuando no podáis más. No había
pasado mucho rato cuando cae de un balazo en el pecho el cabo que
mandaba a falta de otro jefe el cual se retiro por muerto, y caen
también de una granada y abrasados de los cartuchos que voló, casi
todos los artilleros, quedando por esta desgracia la batería y
expuesta a ser asaltada. En
efecto ya se acercaba una columna enemiga cuando tomando la exponente Agustina
un botafuego, pasa por entre muertos y heridos y descarga un cañón
de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte que levantándose
los pocos artilleros de la sorpresa en que yacían a vista de tan repetido
azar llega un refuerzo de otra batería y obliga al enemigo a una
vergonzosa y precipitada retirada entre los que acuden en auxilio se
encuentra una partida del regimiento de Extremadura, su comandante el
capitán don Pascual Novella da un salto hacia los atacantes y una salva
de balas le hiere en una pierna y el subteniente don Antonio Sánchez en
un brazo, al socorrer a su jefe que ve como se le abalanzan los
franceses pero la herida no le impide rechazar al enemigo a sablazos. Al
terminar la jornada el blanco traje del Extremadura es completamente rojo.
En este día de gloria mediante el parte del comandante de la batería, el
coronel que era de granaderos de Palafox, la condecora el general con el título
de artillera y sueldo de 6 reales diarios. |
Enterado el general Palafox, mando llamar a la joven
cuyo marido en aquel momento se encontraba participando en las acciones de
Maria y Belchite Palafox allí mismo, sobre el campo de batalla
le felicito y le concedió el distintivo de subteniente con el uso
de dos escudos de distinción
con el lema cada uno de ellos DEFENSORA DE ZARAGOZA
y el otro RECOMPENSA DEL VALOR Y PATRIOTISMO.
El general dicta y publica una proclama ese día.
"Zaragozanos el día
de hoy os hará inmortales y en los fastos de vuestra historia y todas las
naciones admirarais con envidia
vuestro heroísmo vosotros habéis sabido despreciar gravísimos riesgos
con invencible constancia, y vuestro patriotismo ha llegado en esta ocasión
a tan alto punto de valor que, lejos de intimidaros la crueldad inaudita de vuestro enemigo,
no se ha oído de vuestras bocas ni de las de vuestras mujeres, ni habéis
permitido el triste consuelo o alivio de pronunciar un ay. Vosotros peleáis
la justa causa, defendéis vuestra religión, vuestra patria y vuestro
rey, seréis invencibles y triunfareis siempre de un enemigo que funda
todo su derecho en la seducción, en la mentira y el engaño. El cielo
protege vuestras operaciones visiblemente, el Dios de los ejércitos pelea
a vuestro frente; vuestra amantísima patrona ha fijado sus piadosísimos
ojos sobre vosotros; Vuestras esforzadas tropas solo aspiran
al honor de dividir con vosotros la corona de laurel con que el
cielo ceñirá a sus sienes en premio de sus brillantes acciones
militares. ¿Qué, pues, debéis esperar con tan favorables auspicios? El
completo triunfo de vuestro enemigo, la prosperidad y la deseosa paz que
disfrutareis llenos de gloria en el dulce seno de vuestras familias después
de haber cumplido vuestros sagrados deberes en beneficio de la religión,
el rey y de la patria."
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Agustina
la artillera
Agustina permanece en la ciudad en el segundo sitio,
Moncey y
Morthier asedian la ciudad con un numeroso ejercito es el día 20
de diciembre Las brechas van abriéndose de nuevo, Agustina como siempre
esta activa en la defensa, especialmente el día 31de diciembre. Ella
misma lo contara poco después pregúntese como soporto en la batería el
día 31 de diciembre, que no faltara en esta ciudad quien será testigo,
de que ese día el propio Palafox, le dio la cinta de honor que usa, cuyo
documento perdió siendo prisionera... Pregúntese quien se puso, delante
de nuestra tropa cuando, después de tener los franceses tomado entre
otros puntos, el convento de la trinidad Descalza, se trato de
desalojarlos, saliendo por una de las troneras de la misericordia, y
puerta del Portillo, y no
faltara quien le dirá que la vio avanzar la primera y que, sorprendida
nuestra tropa por la salida que el enemigo hizo por un Portillo a la
espalda del convento, fueron rechazados los nuestros y obligados a retroceder a
toda prisa, y que no habiendo podido seguir Agustina por la demasía
precipitación, viéndose ya casi a las manos de los franceses, no le
quedaba mas arbitrio que
tirarse al foso del cañón puesto en la Misericordia al frente de dicho
convento, de donde la sacaron sus compañeros los artilleros, continuando
después dentro de la Misericordia, proveyendo de cartuchos y piedras a
los combatientes antes de regresarse a la batería, donde ya la creían
perdida.
Entre las ruinas y desafiando las bombas esta Agustina Zaragoza. Acerca piedras
y cartuchos a los combatientes, lucha ella misma, si el momento llega la
mujer deteniéndose “en medio del peligro “
quito a un tambor francés la caja, cogió dos fusiles de los
muertos y lo presenta todo al comandante de su batería. Este da parte de
la acciona Palafox, que ofrece recompensar a Agustina “ pero dirá la
mujer esto no puede tener lugar, por la ultima desgracia de esta ciudad,
digna de llorarse con lagrimas de sangre”
Esta ultima desgracia a la que se refiere Agustina Zaragoza es la peste.
Los muchos muertos y heridos, el hacinamiento humano, la asistencia
deficiente, ha determinado una epidemia que se une a los otros males de la
guerra.
Agustina Zaragoza tiene 22 años de
edad. Ella quiere seguir luchando pero esta enferma contempla la agonía
de la ciudad “Solo la cruel peste de que fue acometida recordara meses
mas tarde” Estaban llenos los
hospitales y los puestos de socorro improvisados y fueron los
artilleros” la estimaban como un camarada mas,” por su arrojo en los
combates quienes prepararon para Agustina un camastro en el repuesto de un cañón, dentro del convento
de San Agustín. Supo allí que la ciudad se avía rendido, tras el
prolongado sufrimiento, acentuado por la peste y el hambre. Los franceses
entran en la ciudad. Agustina se pone en pie,
consigue que la ayuden a vestirse, y también a su hijo de 5 años que se
hallaba en el mismo estado febril que Agustina.
Un denso silencio pea sobre Zaragoza. Se escuchan a los soldados que
llegan. Todavía, algunos tiros
dispersos de los que no quieren entregarse y que van buscando a los que
han rendido ala ciudad para vengarse. Agustina
trata de huir. Pero la voz de alguien la delata: ¡ Esta es la
artillera!

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Prisionera
camino de Francia
Es detenida y conducida con otros prisioneros, al
puesto de mando francés a un lugar llamado Casablanca en el que los
franceses están concentrando muchas gentes de la ciudad. Dos comandantes
franceses se le presentan y le comunican que esta prisionera aun que la
verdad es que ella no los entendió.
Lo que si entendió y rápidamente es que le hicieron
andar sin consideración a su enfermedad, coronel resto de los prisioneros
y su hijo, mas tarde el ayudante de artillería don Pedro Bustamante, le
cedió uno de los dos machos que llevaba, monta hasta Caparroso y allí
los mercenarios de Napoleón le roban el macho, la ropa y el dinero
(escaso) que llevaba.
Tenia que caminar a pie como todos los prisioneros de
cuerda que formaban la espectral caravana. Apenas se sostiene en pie Agustina
junto a su hijo enfermo, necesitado de casi todo. Pide clemencia al comándate
francés que manda la columna temiendo la represalia de algún salvaje y
solo obtiene el permiso para continuar el camino sobre una carreta. Pasan
los presos de cuerda por caseríos y aldeas, y las gentes que siguen en
estos, y no se han unido a la guerrilla, atienden en
lo que pueden a los prisioneros desvalidos y enfermos.
Puente la Reina Primavera de 1809 en Puente la Reina, solo se
escuchan voces de soldados, lamentos de prisioneros, y
peticiones de ayuda y caridad,
en el hospital que siglos antes había albergado a peregrinos,
camino de la tumba del apóstol Santiago
apiñados todos los heridos, de otros lugares y los que llegaban,
en aquel momento de Zaragoza.
Era un mundo doliente, extenuado. Eran muchos lo que lo forman, y ala hora
de ponerse en marcha otra vez, hacia la frontera francesa no le resulta
difícil a Agustina esconderse disimularse entre los de más enfermos del hospital, es aquí
donde consigue que los soldados se olviden de ella.
Agustina
convaleciente de su enfermedad reciente y de sus muchos quebrantos
y sufrimientos acrecentado por la muerte de su hijo (del cual existe al
aparecer en ese municipio documentos que lo acreditan
por una partida de
defunción atribuida al hijo de Agustina).
Poco apoco Agustina va recuperándose va serenándose su espíritu. Se
escapa en la primera oportunidad esta muy cerca de la frontera y es
frecuentado, por los ejércitos napoleónicos. Teme a veces, que alguna
patrulla francesa venga a buscarla, sí se han dado cuenta de que falta
entre el contingente de prisioneros.
De nuevo en la carretera sin medios confiada al a caridad ajena. Camina de
aldea en aldea. Vive de o que le dan. Llega a Aguilar en cuyo pueblo se
recupera gracias al socorro de algunas piadosas almas. Le proponen que
se quede allí es una mujer sola y desvalida. Pero ella quiere seguir y
ser útil a su patria combatiendo como en Zaragoza.
Sale de Aguilar y caminando llega hasta Olvega (allí se cree que murió
su hijo aunque no esta confirmado)
Agustina mendiga por tierras de Soria y de Aragón no quiere volver a
Zaragoza que esta dominada por los franceses, es infatigable y
vive pidiendo por los caminos, quiere incorporase, a los que luchan
contra el invasor.
Nada sabe de su esposo quizá ha muerto.
Entonces después de largos recorridos llega a
Teruel. La ciudad no esta dominada por los franceses y esto Agustina lo
sabe, el destino le juega a Agustina una prueba inesperada. Una mano
piadosa le da unas monedas y, entre ellas una pieza de plata de dos
reales. Es una valiosa limosna que la heroína aprieta contra su corazón.
Cree que aquélla va a ser como un amuleto y que su vida va a cambiar.
Teruel
En Teruel Agustina se da a conocer. Hay quienes han oído
ya hablar de ella, todo el mundo quiere que Agustina, les evoque las
jornadas de los sitios.
En Teruel además de recuperar la salud Agustina se entera que la
junta suprema del gobierno ha dictado un decreto en el que exalta
las virtudes cívicas de quienes habían
defendido hasta el máximo la
ciudad del Ebro.
Que todos los defensores de Zaragoza
“se dice en el documento”, sus vecinos y sus descendientes
gocen de la nobleza personal que él haberse hallado dentro de la plaza,
durante el sitio, sea un mérito para ser atendido en sus peticiones.
Se presenta al presidente de la junta local, don Luis Amat. Solicita un
pasaporte para incorporarse al ejercito y le es concedido por los
generales marques de Lazan y Joaquín Blake.
Se creía en España que la defensora del Portillo había ido, junto a
tantos prisioneros a Francia. Pensaban que estaría allí, que acaso había
muerto ya... Y, de pronto, esta noticia de que Agustina vive y de que se
halla en territorio no sometido enardece a muchos. Llegan a ella así
invitaciones para que se traslade a otras ciudades, libres también del
dominio francés. La solicitan desde Sevilla y desde Cádiz. Quieren
conocerla directamente, rendirle el homenaje que merece su heroísmo. Como
dispone del pasaporte que el mando militar le ha concedido,
Agustina, parte para el sur de España, para el territorio libre
aun, desde los días de Bailen.
Una instancia en Sevilla A comienzos de agosto llega a Sevilla. Los
ecos de su gloria han llegado allí y la figura de Agustina esta
envuelta en una aureola de leyenda. Todos tratan de conocerla la buscan,
le preguntan, se vuelcan en atenciones
y gentilezas. Agustina se siente feliz por lo que significa para la
causa de la guerra de la independencia.
En Sevilla, apoyándose en lo dictado por la junta suprema y en las distinciones
de que el general Palafox la
había hecho a Agustina redactar una instancia al rey (es la junta la que
a todos los efectos representa al monarca cautivo en la tierra francesa de
Valencay. En esta instancia hace
relación de sus acciones desde
que salió de Barcelona, en junio de 1808. Relata su acción en el
Portillo, en el primer Sitio. Y su comportamiento después, en el segundo
asedio. A continuación, la postración bajo la epidemia y la caminata
hacia suelos de Francia, junto a otros muchos prisioneros. Luego, la
liberación, en Puente la Reina y la marcha penosa por tierras de Logroño
y Soria, hasta alcanzar la ciudad de Teruel. Señor-termina el documento-,
en vista de estos y otros hechos de que no puede menos de gloriarse la
artillera Zaragoza, con toda la nación, ¿Qué no debe esperar de la
generosidad con que V.M. sabe premiar el valor y el patriotismo más
hacendado? Interesa a V.M., interesa a la nación, interesa a la
exponente, y en vuestra majestad confía. El documento firmado por Agustina, esta fechado en Sevilla el 12 de agosto de 1809.
En la instancia no se concreta, sin embargo, lo que de un modo específico
solicita Agustina. Por eso es devuelto el escrito, y en el mismo pliego
con fecha del 26 de agosto, la mujer fija sus deseos. “ Atendidos los
motivos que van expuestos anteriormente, y en la necesidad en que me hallo
perdido todo siendo prisionera, suplico a V.M. se sirva concederme el
sueldo de capitán efectivo, librándome en su virtud el correspondiente
despacho”.
Días más tarde, al final del documento, puede leerse: “ S.M. concede
sueldo y grado de Alférez de Infantería “ la fecha es del 30 de agosto
de 1809.
En Cádiz la defensora del Portillo ha conocido al General Wellington. Ha
dado este una comida en su honor. Y al termino de esta, otro General inglés,
Doyle, ha ofrecido a Agustina una bandeja de oro, y le ha pedido, en
cambio, los modestos zarcillos que la mujer lleva, quiere enviarlos a
Inglaterra, como un bello recuerdo personal de la heroína de los Sitios.
El duque de Wellington, obsequia a Agustina con un par de pistolas,
adornadas con incrustaciones de oro, plata, nácar y marfil.
Se siente a gusto entre las
gentes andaluzas. Pero ha tenido noticias del marido, y quiere reunirse
con él. Sabe que lucha en territorio de Cataluña, y hacia ya desea ir la
que es ya, oficialmente, alférez del ejército español. Embarca en Cádiz,
con rumbo a su Cataluña natal tierra catalana. El barco hace alto en
Gibraltar, y Agustina salta a tierra. También en el Peñón hay fiesta y
agasajos a la mujer. Le son rendidos honores militares. Hay alguien que
hace un retrato de ella, con compromiso de enviarlos a Londres. Cuando Agustina
embarca de nuevo mar adelante camino de las tierras catalanas,
donde el marido, Juan Roca combate también.
En Barcelona, se reunió con su esposo combatiente también Juan Roca.
Había luchado en Aragón y Cataluña. Ahora, desde Barcelona, Agustina y
Juan se despiden, con el compromiso de continuar al servicio de España
por encima de la separación y el dolor.
Se combate en las tierras mediterráneas y hacia ellas marcha Agustina.
Llega a Tortosa: donde muere el río, en cuyas aguas luchó ella en
Zaragoza. La ciudad está sitiada por las tropas del mariscal Suchet. La
mujer, sin embargo, consigue entrar en ella. El general que defiende la
plaza, D. Miguel de Lili e Idiaquez, conde de Alacha, evocará, unos años
después, la actuación de Agustina: Hallándome- certificará – de
comandante general del cantón de Tortosa y gobernador de la plaza en
comisión se presentó en ella, por el mes de noviembre del año 1810, doña
Agustina Zaragoza, y suplicándome le permitiera permanecer en dicha plaza
de Tortosa, pues anhelaba continuar en hacer servicios a la Patria, a cuyo
fin deseaba emplearse en ella. Conviene en su solicitud, y durante el
sitio estuvo empleada en una de las baterías hasta la rendición,
correspondiendo con su serenidad y valor a la ventajosa opinión que había
adquirido en los dos ya sitios de Zaragoza, hasta cuya ciudad siguió la
suerte de los demás prisioneros.
Agustina
en la guerrillas Ya en Zaragoza, entre la masa de los combatientes que
son llevados a Francia, logra quedarse en el hospital, fingiéndose
enferma. Solicita y obtiene, después, un salvoconducto para trasladarse a
Madrid. Pero su intención no es realmente la de dirigirse a la capital,
donde la lucha no sería posible, si no incorporase alguna de las muchas
guerrillas que acosan en España al ejército francés.
Se informa en las ventas del camino, en las aldeas en que hace alto. A
muchos de estos lugares ha llegado su fama heroica,
y las gentes se acercan emocionadamente a la heroína del Portillo.
Y llega así hasta una de aquellas guerrillas que acosan a Napoleón desde
rincones escondidos, que aparecen y desaparecen fulguralmente y que son la
pesadilla de los mariscales franceses. Se encuentran estos ante una forma
de lucha ante la que no contaban. Es, este de las guerrillas un enemigo
sutil y audaz, contra el que se estrellan los métodos de la guerra clásica
de la época.
Agustina se incorpora a uno de tales grupos: El que capitanea por tierra
de la mancha, Francisco Abad, a quién apodan el chaleco. Agustina ayuda,
favorecida por su condición femenina, a algunos golpes de manos
importantes. Colabora con audacia y entusiasmo a las acciones de la
guerrilla. La aventura, el arrojo y la sorpresa riman bien con su ánimo
de mujer y valerosa.
La última batalla La actividad de los guerrilleros desangra al ejército
francés. Este conoce ya el áspero sabor de la derrota. Tras la batalla
de los Arapiles, el rey José, huye de Madrid, va hacia el norte, en busca
de la frontera. Las noticias de Rusia han contribuido a la desmoralización
de las tropas napoleónicas. Y en la batalla última, la de Vitoria, el
desastre del ejército en retirada es ya el réquiem definitivo de
Bonaparte en España.
Allí en Vitoria se halla también Agustina de Aragón, combatiendo con la
fe y la pasión de siempre. Su general, D. Pablo Morillo, dará un día
testimonio del reiterado valor de la heroína. Dice que Agustina
subteniente de infantería, en reconocimiento de su actuación en los
Sitios de Zaragoza, “ A continuado después sus buenos servicios en el
ejército que estuvo a mi mando, e hizo prodigios de valor en la también
memorable batalla de Vitoria, justificando, de este modo nada común, el
concepto universal y que tanto la honra “.
La guerra termina y el rey Fernando esta ya en Madrid, tras el destierro
en tierra francesa. Agustina se halla de nuevo con su esposo. Viven en
Zaragoza, y un día una carta del General Palafox, dice a la heroína que
el rey desea conocerla. Se traslada ella a la capital donde recibe las
felicitaciones del monarca, y donde conoce a Goya y a la condesa de Osuna.
Regresa a Zaragoza, pasando después a Barcelona, su ciudad natal; el
esposo Juan Roca, ha sido destinado allí al ascender a subteniente. Se
instalan en una casa pequeña y risueña. Les nace un hijo, Juan, más su
salud es endeble. No le van bien al parecer, el clima de Barcelona, y
alguien habla al matrimonio de una tierra alta y seca, convendría al niño.
Juan Roca consigue la permuta con un compañero de armas que esta en
Segovia, y hacia esta ciudad marcha la corta familia.
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Muerte en Barcelona Desde Segovia, Juan Roca y su esposa Agustina, se han
trasladado con su hijo a quién el clima de la alta ciudad castellana ha
beneficiado en modo importante, a Valencia.
Juan ha sido ascendido a teniente, se les acoge bien en Valencia. Se ve Agustina
junto a su marido, ir a misa con uniforme y condecoraciones. Un eco de
afecto y respeto envuelve a la pareja.
Juan se siente enfermo. Quiere descansar, retirarse del servicio activo.
Desea ir a Barcelona: Es, al fin y al cabo, la tierra de su nacimiento. El
matrimonio con el hijo se traslada a la capital catalana. El teniente Juan
Roca empeora. Una tuberculosis pulmonar va dañando irremediablemente su
organismo. Es dolencia cara, y la esposa ha de acudir a todos los medios
para paliar el sufrimiento del marido. Pide, contrae deudas, reza, llora,
sufre en silencio.
El esposo muere: El 1 de agosto de 1823, cuando el régimen constitucional
está a punto de extinguirse. La muerte llega al teniente Roca en la sala
de oficiales del hospital militar del Seminario. En el testamento, Juan
encarga a su albacea que cuando cobre los recibos correspondientes a sus
retrasadas ultimas pagas, liquide las deudas que la enfermedad obligó a
contraer. Las alhajas y muebles de la casa deberán ser entregados a
Teresa Ferrando: Sin duda la prestamista que les fue facilitando dinero
durante la enfermedad.
Agustina y su hijo quedan, al morir el esposo, en una difícil situación
económica. Deudas, incertidumbre, pobreza casi.
El definitivo regreso a Zaragoza Agustina se casa de nuevo. Es en marzo de 1824, hace
solo siete meses que ha muerto Juan Roca. ¿ Que razón lleva a esa
segunda y rápida boda? Posiblemente es una razón material. La situación
en lo económico no es buena para Agustina. Cuenta únicamente con su
modesta paga militar. Los gastos estos meses últimos han sido muchos, por
la enfermedad del esposo. Agustina es joven todavía (NO CUMPLIÓ LOS 40 AÑOS)
y su vida, en el aspecto sentimental y familiar no puede darse ya por
acabada. Se traslada desde Barcelona a Valencia. Barcelona ha sido para
ella, últimamente escenario de horas penosas: La dolencia del esposo, la
dificultad económica, las deudas que hubo de contraer, la muerte.
Valencia, en cambio, acompaño muchas horas felices de Agustina, tras él
termino de la guerra y hacia Valencia va hacia ahora tras la muerte de
Juan Roca.
El nuevo esposo, es un médico más joven que ella: Juan Cobos, nacido en
Almería. Al año siguiente les nace una hija: Carlota. Va quedando lejos
el sobresalto de la guerra. La vida de Agustina Zaragoza es tranquila,
centrada hacia el nuevo esposo y los hijos Juan
hijo del anterior matrimonio y Carlota del segundo.
Una difícil situación económica Es proclamada reina Isabel II. Casa esta con su primo
Francisco de Asís. Madrid vive el gozo de las bodas reales: El matrimonio
de Isabel se celebra al mismo tiempo que su hermana Luisa Fernanda con el
duque de Montpersier. Al año siguiente 1847, la hija de Agustina
Zaragoza, Carlota Cobos se casa con Francisco Atienza. Ese mismo año el
hijo del primer matrimonio Juan Roca (médico como su padrastro) se casa
también. La vida continua y nacen los primeros nietos. El segundo esposo
siente apasionadamente la causa carlista. El convenio logrado en Vergara
por Espartero y Maroto es ya un recuerdo lejano, y otra vez la guerra
entre las dos ramas borbónicas esta ya encendida en los campos de España.
El doctor Cobos se halla adscrito desde su juventud al mando del
pretendiente. Y dentro del campo carlista a la zona más extremada e
intransigente.
La actividad política del marido de Agustina le obliga a gastos de
importancia. Vive el matrimonio en Sevilla, desde donde Juan Cobos hace
desplazamientos frecuentes a Madrid para gestiones en relación con la
causa, descuida por esto su trabajo profesional. La economía familiar se
resiente.
Agustina teme, ha conocido en los años finales de su anterior matrimonio
la dificultad, casi la pobreza. Y no quisiera volver a tales zozobras.
Pero ve como va empeorando paulatinamente la situación familiar. La pasión
política absorbe al doctor Juan Cobos y consume su patrimonio. Hay, además,
disposiciones oficiales financieras para remediar los difíciles momentos
porque pasa el erario, impuestos y cargas que se juntan a las mermas que
por otras razones está sufriendo la economía del matrimonio
Cobos-Zaragoza.
Francisco Atienza, el yerno de Agustina es hijo de un capitán de artillería.
Ha nacido en Ronda, como este y a los 16 años había ingresado como
meritorio en la fundación de bronce de artillería de Sevilla. Permanece
allí varios años y después es promovido a oficial tercero del
ministerio de Ceuta y razón del cuerpo de artillería (Lo que más
adelante se transformará en el cuerpo de administración militar. Es
luego trasladado a Ceuta. Durante su estancia en Sevilla a conocido a
Carlota Cobos, la hija de Agustina. Se establece entre ellos un noviazgo
que no tarda en llegar al matrimonio. La boda es por poderes, en Sevilla,
en la Iglesia parroquial de San Juan de la Palma. Representa al novio el
que va a ser su cuñado, el joven médico Juan Roca, hijo del primer
matrimonio de Agustina. Al mes siguiente 6 de junio de 1847 el matrimonio
es ratificado en Ceuta, donde reside Francisco Atienza.
Ese mismo año se casa en Sevilla, también, Juan Roca, con una garbosa
sevillana, Rita Jurado. Entre Sevilla donde vive casado el hijo y Ceuta Agustina
Zaragoza ve transcurrir su vida.
El esposo entre tanto continua entregado por su fervor por la causa
carlista: viajando, haciendo gestiones, estableciendo lazos entre grupos y
personas afines a las aspiraciones del pretendiente.

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En Ceuta con la hija La heroína decide trasladarse de un modo definitivo
a Ceuta, para vivir allí con Carlota el esposo de esta y los hijos del
matrimonio.
Reside el matrimonio en él numero 10 de la calle de la Muralla. Pasan
luego a una nueva casa: La numero 37 de la calle de la Soberanía
Nacional, llamada también la calle Real. Es un edificio amplio al que
llaman por sus proporciones la casa grande. A pertenecido antes a los
duques de Medinacelli y al general Odonell.
De cuando en cuando viaja a Sevilla donde está el hijo y esposo, ambos
son médicos, pero mientras el hijo trabaja activamente en su profesión
el marido la atiende escasamente, más entregado a su entusiasmo
carlista. Es, sobre todo la hija la que atrae a Agustina, y junto a ella
quiere pasar los últimos años de su vida. Por que su existencia fue
batida por los vientos de la lucha y de la guerra y de tal tensión queda
siempre fatalmente, cicatrices en el alma.
Ese mismo año 1853 en que ella se traslada con carácter definitivo a
Ceuta, se dispone por orden de la superioridad que sea dada de alta como
agregada al regimiento fijo de aquella plaza. Cuenta Agustina por ahora 67
años, su salud se resiente ya. Más su ánimo tiene la firmeza de
siempre, y una amiga suya la oye decir en la casa: Me quedan alientos y aún
me sobra decisión para dar ejemplo disparando los cañones del monte
Hacho como el mejor artillero.
Gusta en los días de fiesta o recepción militar de asistir a los actos
con uniforme: Falda negra, casaca y morrión. Fuera de estas jornadas hace
una vida enteramente recogida, se dedica, sobre todo, a su hija y sus
nietos. Llenan a Agustina la familia y la religión.
La hora de la muerte El paso del tiempo pasa factura a Agustina. Quiere
reponer fuerzas y solicita y obtiene una licencia de dos meses para irse a
Sevilla. Es acompañada en el viaje por su asistente. Pasa aquel tiempo en
Sevilla junto a su hijo y esposo y regresa a Ceuta bastante repuesta.
Dos años después una grave afección pulmonar le rinde en el lecho.
Agustina siente que el final esta ceca y hace testamento (declaro
–afirma en el testamento – no adeudar dinero a nadie. Es mi voluntad
que de cuantos efectos papeles, muebles, ropa y alhajas de mi pertenencia
se encuentran a mi fallecimiento sea recogida por mi única hija, doñas
Carlota Cobos Zaragoza, en cuya compañía vivo. Se apaga su vida el día
29 de mayo de 1857.Se avía extendido por la ciudad su gravedad extrema y
muchas gentes le acompañan al sacerdote que le dará los últimos
sacramentos, le acompañan sus hijos y nietos. Es amortajada con el
uniforme, y sobre el féretro son colocados el sable y el morrión.
Al día siguiente es el entierro. La ceremonia religiosa es la iglesia
de Santa Maria de los Remedios, con asistencia de todas las
autoridades y un denso gentío. Fuerzas
d la guarnición rinden honores militares
a los mortales restos
de la heroína del Portillo. Solo el redoble de los tambores quiebra el
conmovido silencio de la
multitud. Todo él Pueblo Ceutí
esta en la calle. Desfila ante el una gloria de España.
Es sepultado el cadáver en el cementerio de Santa Catalina: Departamento
de San Cayetano, nicho núm. 1. Sobre la sepultura se coloca una placa de
bronce con la inscripción de bronce: A la memoria de Dª Agustina
Zaragoza. Aquí yacen los restos de la ilustre heroína de Zaragoza, cuyos
hechos de valor y virtud en la guerra de la Independencia llenaron al
mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta,
el 29 de mayo de 1857, a los 71 años de edad; su esposo don Juan Cobos,
su hija dª Carlota, e hijo político don Francisco Atienza, dedican este
recuerdo a los restos queridos. R.I.P.

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Un nieto de la heroína de Zaragoza: D. Francisco Atienza
Cobos, hijo de Carlota Cobos y de D. Francisco Atienza Morillo.
Del matrimonio de la hija de Agustina de Aragón nacieron cuatro hijos.
Carlos (que murió muy pronto), Francisco (el del retrato), Augusto y
Agustina. Francisco y Augusto siguieron luego la carrera de las armas. Su
madre Dª Carlota Cobos, había dirigido una instancia a la reina Isabel
II, solicitando plazas de cadetes de menor edad para sus dos hijos en la compañía
de Lanceros de Ceuta. La hija de la heroína fue atendida en su petición.
Francisco, el hijo mayor, llegó a teniente coronel y Augusto, delicado de
salud, pidió licencia absoluta en el servicio militar y pasó al
ministerio de Hacienda. |
A los cien años de los Sitios Muy poco después de la muerte, el Ayuntamiento de
Zaragoza hace saber el de Ceuta su deseo de que los restos de Agustina
reposen en la ciudad de los Sitios. El traslado se verifica años más
tarde. Lo hace, desde Ceuta a Cádiz un barco de guerra, el Colón. Después,
Sevilla. Seguidamente, Madrid. En todas las ciudades, honores militares,
palabras de recuerdo y fervor, emoción popular. En Madrid, los restos son
depositados
en la Basílica de Atocha, muy cerca de donde reposan otros héroes
de la Guerra de la Independencia.
Por ultimo, Zaragoza. Es el 14 de Junio de 1870. España anda buscando rey
tras la revolución de septiembre, y el destronamiento de Isabel II.
Zaragoza recibe con emoción a su heroína, custodiando los mortales
restos desde Ceuta vienen, doce soldados de la guarnición, vestidos con
trajes aragoneses: Como homenaje a las gentes del pueblo que colaboraron
en la defensa de Zaragoza. Queda depositada la urna cineraria de Agustina
en el Pilar.
Al cumplirse el centenario de Los Sitios los restos son trasladados sus
restos a su sepultura definitiva. La iglesia parroquial de Nuestra Señora
del Portillo, en su capilla dedicada a la Asunción de la Virgen. La
capilla de las heroínas, de alabastro tiene dos monumentos de mármol y
bronce. En el de la derecha letras de oro sobre piedra negra, los nombres
de varias de las mujeres que defendieron a Zaragoza en Los Sitios. Tres
nichos con los restos de Agustina Zaragoza, Casta Alvarez y Manuela
Sancho.
Una lápida rememora la traslación de los restos, el 15 de junio de 1909,
presidida por el rey, D. Alfonso XIII, que dice:
AQUÍ YACEN LOS RESTOS MORTALES DE Agustina ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ Y
MANUELA SANCHO. DESCANSEN EN PAZ LA HEROÍNA DEFESNSORAS DE ZARAGOZA. ESTE
MONUMENTO LES CONSAGRA Y DEDICA LA JUNTA DEL CENTENARIO DE LOS SITIOS 1808
Y 1809.
En conciencia de la conmemoración del Centenario se inaugura también,
por los reyes de España, D. Alfonso XIII y Dª Victoria Eugenia el
monumento a la heroína. Es obra del escultor Mariano Benlliure.
Tras el fallecimiento de Agustina, su viudo, Juan Cobos y Mesperuza,
recibió quizás a su solicitud expuesta ante el pretendiente Carlos VII,
una Real Cédula del siguiente tenor:
Su majestad, deseando premiar los constantes servicios prestados en
beneficio de Mi Patria y a favor de Mi Dinastía durante prolongados años
por don Juan Cobos y Mesperuza, viudo de la invicta heroína de la Guerra
de la Independencia, Agustina Zaragoza. Vengo en concederle para sí y sus
descendientes legítimos, el Título de Barón de Cobos de Belchite.
La ciudad de Los Sitios afirma así su permanente recuerdo hacía Agustina
y hacía quienes junto a ella lucharon por la independencia de España.
BIBLIOGRAFÍA:
-Alcaide
Ibieca. Historia de los dos Sitios
que pusieron a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón.
-Faustino
Casamayor. Diario
de Los Sitios de Zaragoza.
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